¿Casualidad? ¿Truco?

Hay un programa allá en las viejas europas, más específicamente en Inglaterra, que lleva por título Britains got talent (algo así como Los británicos tienen talento, edá?). La dinámica es más o menos la siguiente: un individuo X va, se para frente al escenario y hace lo que, se supone, mejor sabe hacer: cantar, bailar, tocar un instrumento, ejecutar algún número circense. Lo que sea. Tres jueces —con caras de hígado clenbuterolizado— se encargan de decirle a la gente que mejor se vaya a su casa, prenda la tele y vea a los otros competidores por televisión.

En 2007 el programa dio de qué hablar porque resultó que uno de los individuos X dio una gran sopresa: Paul Potts hizo llorar al público y a los jueces con la siguiente interpretación. Chequen nada más la calidad de la voz, la colocación y su claridad.

Pues ahora resulta que, por arte de magia, otra persona sacada de quién sabe dónde tiene un vocerrón digno de presentarse en cualquier escenario del mundo. La susodicha se llama Susan Boyle. Y, como dicen en los lugares de mala muerte, ella canta así:

La mujer tiene 47 años y una cara de… bueno, pónganle ustedes la cara que quieran. Eso sí, tiene una voz digna de escucharse.

Aquí, mal pensados que somos, nos asaltan unas preguntas: ¿es casualidad que dos individuos X coincidan en el mismo programa y sorprendan al mundo con sus voces o es un truco y los dos son unos cantantes entrenados vocalmente, eso sí, muy feos? Pero lo más importante: ¿Cómo es que un programa como Britain’s got talent logra sacar a dos cantantes con estas voces en dos años, mientras La Academia no pudo sacar una voz decente al menos para jaripeo en seis años?

Lo que es estar en el primer mundo.

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