Una mirada a Marcial Maciel

Los caminos del Señor, dicen los que saben de ellos, son inescrutables. Quizá por eso cuando Francisco González Parga escuchó la oferta de los Legionarios de Cristo no imaginó que estaba por recorrer un camino que lo dejaría marcado de por vida: se convirtió en una de las víctimas de Marcial Maciel, fundador de la orden religiosa que tanto ha dado de qué hablar desde 1997, cuando fue denunciada la serie de abusos sexuales cometidos por el sacerdote nacido en Cotija, Michoacán.

El tiempo ha pasado. Tanto, que Francisco González Parga (Guadalajara, 1940) ahora puede decir que ya perdonó a Marcial Maciel. Tanto, que no tiene empacho en dejarse fotografiar —“ahora que ya se sabe todo, ya no hay problema”, dice. Tanto, que ya puede hablar, largo y tendido, de las experiencias vividas durante cerca de 20 años de estar en la Legión de Cristo. De cómo fue conocer de cerca a un personaje al que califica como “un hombre sin escrúpulos y sin sentimientos de culpa”.

Después de más de quince años de formar parte del círculo cercano a Maciel, González Parga pudo abandonar la Legión de Cristo. Regresó a Guadalajara “muy enfermo, con una tensión horrible”, y buscó incorporarse al clero diocesano. Buscó al cardenal José Salazar López quien, al conocer su historia, le dijo: “Antes no se volvió usted loco”, pero no hizo nada para denunciar el caso ante las autoridades eclesiásticas. Finalmente, terminó abandonando el sacerdocio.

En 1997, cuando comenzaron a darse a conocer los casos de abusos a cargo de Marcial Maciel, buscó a Juan Sandoval Iñiguez, que ya era el arzobispo de Guadalajara, para contarle su caso. Le escribió una carta —y sobre este escritorio reposa una copia— para exponerle su historia y, también, para pedirle una cita y tener un encuentro en persona. Fue ignorado. “No se tomó la molestia de recibirme para ver qué más le decía, conocer más mi caso”.

Francisco González Parga, ex legionario de Cristo y víctima directa de Marcial Maciel en foto de Marco Vargas

¿Cómo fue que entró a los Legionarios de Cristo?
Mi papá me dijo una vez que quería que yo sí estudiara y no fuera como mis hermanos, que ninguno había hecho carrera. A mí familia le tocaron tiempos duros, la Revolución, el movimiento agrarista, todo eso, de modo que el que más estudió llegó hasta sexto. A los once años, cuando estaba en el Colegio Unión de los jesuitas, llegaron los Legionarios a hacer promoción vocacional. Llegaron diciéndonos que tenían un colegio muy bonito, nos presentaron un álbum con fotos preciosas de una escuela con piscina, boliche, jardines preciosos, fuentes, un lago artificial. Nos dijeron que nos iban a llevar a estudiar a las mejores universidades de España y Roma. Eso me cayó como anillo al dedo: mis papás diciéndome que yo tenía que estudiar y estos señores ofreciéndome un porvenir. Esa fue la razón.
Expresamente se les preguntó si aquello era un seminario, y ellos afirmaron rotundamente que no: que era un colegio donde podíamos estudiar para médicos, abogados, ingenieros, lo que quisiéramos. Y, una vez recibidos, si queríamos podíamos seguir estudiando para sacerdotes. Ese fue el planteamiento. Luego supimos que ellos entraron al Unión sin permiso de los jesuitas. Cuando éstos se enteraron, hicieron llamadas para avisar a los padres de familia que no aconsejaban que dejaran ir a los hijos con ellos. Pero en mi casa no había teléfono y no llegó la advertencia.
Yo realmente no tenía ganas de ser sacerdote. Pero estos llegaron con el fraude de que era un colegio para estudiar cualquier carrera. Lo deshonesto es que llegabas allá y te empezaban a meter en la cabeza que tú tenías vocación, y que si la dejabas te ibas al Infierno. Nos metían temor para mantenernos ahí. Y ya después, cuando eras mayor, pasaba lo mismo: te decían que si te salías, o no dabas la medida para ser buen sacerdote, se condenarían miles o hasta millones de almas. Era siempre responsabilidad, carga, obligación. Había toda una serie de presiones morales y chantajes, como la gratitud debida al padre Maciel que había dado la vida por ti. Cuando caes en esa dinámica, está difícil salir.

¿Cómo fue su primer contacto con Maciel?
Estaba en Ontaneda, España. Tenía quince años. Fue en julio de 1955. Yo era postulante, iba a pasar al noviciado en Roma. Un superior me dijo que si quería llevarle la comida a nuestro padre a su cuarto, porque estaba enfermo. Él se la pasaba todo el tiempo enfermo. Dije que con mucho gusto, porque uno tenía siempre la ilusión de conocer al fundador. Su cuarto tenía una antesala, pero no había ni una mesa ni una silla. Entré a la antesala y toqué a la puerta de la habitación y no me abrieron. Adentro estaba Maciel con otro religioso. Ya me iba cuando llegó un grupo de hermanos y empezaron a discutir: decían que debían llevar al padre Maciel para que alguien lo atendiera, que no podía seguir así. En eso estaban cuando se oyeron unos ruidos en la pared y salió Enrique Martínez diciendo que el padre estaba muy enfermo y que había que traer las medicinas. Unos decían que ya no se podía ir a Santander, porque ya los conocían y se iban a meter en problemas; otros, que se tenía que ir a Bilbao. Unos tuvieron que ir a Madrid y hasta Valencia. Iban a conseguir un derivado de la morfina.
Cuando se fueron, se abrió la puerta, salió este muchacho y me dijo que si podía relevarlo, porque no había comido ni dormido. Se fue. Yo entré al cuarto todo encandilado, porque dentro estaba completamente oscuro. Oí ruidos muy fuertes. Cuando me acostumbré a la poca luz, vi que se estaba dando de golpes en la cabeza contra la pared, se quejaba, se lamentaba, rechinaba los dientes, todo un panorama de un dolor increíble. Yo me sentía como si estuviera siendo testigo de los dolores de un santo. Empezó a llamar al padre Andrés Vega. Le dije que no estaba y le pregunté qué se le ofrecía. Me contó la historia del padre, que era un padre muy bueno y que cuando se enfermaba sabía cómo atenderlo, que le daba calor con su cuerpo, que si yo lo quería ayudar de la misma manera. Todo el teatrito que usó con la mayoría de los que fuimos víctimas: decía que tenía bloqueada una glándula y no podía desalojar el semen por la orina, como todos los hombres, y eso le provocaba tremendos dolores. Entonces te pedía que le dieras calor con tu cuerpo. Yo la primera vez me metí con todo y ropa y me dijo que así no le servía. Le pregunté si no quería una bolsa con agua caliente, dijo que eso no lo ayudaba igual. Me dijo que no era pecado, que era como si un enfermero viera desnudo a un paciente y lo tuviera que tocar sin mala intención. Me dijo que era un acto de caridad para con él. Yo en un principio me negué y me fui, pero me empezó a dar remordimiento haber juzgado mal al fundador, tristeza de que mi primer encuentro con él hubiera terminado de esa manera. Al final, cedí.

¿Había escuchado antes algún comentario sobre estas prácticas?
No, para nada. No tenía ningún conocimiento de eso. Era apenas un postulante y generalmente él no a cualquiera le pedía que le ayudara. Debía darse la oportunidad, como me pasó a mí.

¿Cuánto tiempo duraron los abusos?
De 1955 hasta más o menos 1966-1969. Luego me rebelé.

Podría decirse que la primera vez fue casual, pero, ¿cómo mantener la situación diez años? ¿Cómo ejercía Maciel tanto poder?
Es una pregunta que tiene muchos dobleces. Tenía un poder de seducción y persuasión como el de Hitler. Hacía todo eso y luego lo oías predicar sobre la castidad y era la pureza total. Una vez, después de haber estado por la noche con él, al día siguiente sacó a toda la comunidad, caminamos por la playa y empezó a pontificar, escandalizado, diciendo que en el Concilio Vaticano II algunos sacerdotes andaban diciendo que querían casarse, acabar el celibato. Entonces dijo que no podría tocar por la noche a una mujer y luego ir a dar misa. Hice un gesto que seguramente notó, porque al día siguiente me echó un reto delante de la comunidad, diciendo que había religiosos que ya no creían en la santidad de los superiores, pero que eran unos hipócritas. Era un chantaje, un sarcasmo y un reto. Era tan fuerte la mentalización de no tocar al ungido de Dios, que después de que nos salimos no podíamos hablar mal de él. Yo todavía no puedo decir “pinche viejo hijo de la chingada”. Ahora porque ya lo perdoné, pero aun antes de llegar a eso no podía hablar mal de él. Tampoco podía hablar con otros de lo que me había pasado.

¿Tenía cómplices?
No sabría decir si los superiores se daban cuenta y se hacían de la vista gorda. Te puedo decir lo que yo viví, y posiblemente los demás lo vivieron igual: era tan grande la imagen que teníamos del padre Maciel, pensábamos que era un santo, que él no podía pedirte algo malo, algo sucio. Una vez me confesé, porque eso sí valía, y le externé al confesor mi duda. Me dijo: “Cualquier cosa que le pida nuestro padre, hágala; él no le puede pedir algo que sea pecado”. Después, cuando me encontré al padre Vega, le pregunté qué hacía cuando Maciel le pedía ciertas cosas. Primero como que se mosqueó, pero luego me dijo: “Qué quiere que le diga. Cualquier cosa que nuestro padre le pida, hágala”. ¡Lo mismo! Entonces, eso me confirmaba a mí seguir adelante, a pesar de que yo tenía repugnancia. Lo sentía como una agresión, pero lo hacía por un sacrificio. Y como un modo de compartir la gloria que aquel hombre tenía delante de Dios. Te sentías como elegido para guardar aquel secreto. Nos quitaban el criterio, el sentido común.

¿Llegó a estar en el círculo cercano de Maciel?
Llegué desde el noviciado, permanecí durante el filosofado y el teologado. Ya cuando me ordené sacerdote me alejé. Yo me ordené por las circunstancias, porque no quería. Pero vi como una señal el hecho de que me ordenara el Papa en San Pedro. Eso fue en 1969. Entonces era yo prefecto de estudios del teologado, pero además me encargaba de conseguir las medicinas del padre, de cuidar que otros muchachos no fueran violentados y para mí empezó a ser una carga tremenda. Lo que quería era salir. Fue cuando empecé a rebelarme y a hacer tonterías para que me corrieran: salía por las noches, iba a centros nocturnos… empecé a hacer diablura y media. Cuando los superiores se enteraron, ni cara tenían para decirme algo, porque les convenía tener gente en el Vaticano y yo estaba en la Congregación para los Obispos, que es la encargada de nombrar a los obispos.
Pero yo ya estaba tan bombo que ya no controlaba mis nervios. Empecé a no dormir en las noches y a usar drogas. Me fui haciendo un poco adicto, me gustaba. Me cacharon y no pasó nada. No podían decirme nada. Y el padre Maciel menos que nadie. En ese entonces él ya andaba con las mujeres con las que tuvo hijos. ¿Qué podía decir?

¿En qué momento decide que es momento de romper con eso?
Comprendí que yo ahí ya no tenía lugar. Iba a pasarme la vida señalado como persona peligrosa para los Legionarios y para Maciel. Yo planteé la posibilidad de dejar la orden y unirme al clero secular, pero él no quería: decía que si me salía lo hiciera completo, dejara el sacerdocio por completo. De ese modo yo quedaba como un renegado, un resentido a quien nadie le creería. Me decía: “Mira Parga, a ti te puede parecer muy fácil, pero no creas que allá afuera es tan fácil enfrentar la vida. Aquí tienes hambre, vas al comedor y comes; necesitas un traje, vas a la procura, y te lo dan. Allá no: tienes que trabajar y duro. El mundo está lleno de pasiones, mentira, violencia. A ti que te gustan tanto las mujeres, ya te veo envuelto en problemas de faldas. Te pueden matar. Piénsalo”. Le dije que no le tenía miedo a nada. A lo único que le tenía miedo era a seguir viviendo la vida que había vivido. Terminé prácticamente huyendo de Roma para regresar a Guadalajara.

¿Qué edad tenía cuando por fin abandonó la Legión?
Tenía casi 31 años. Salí de Roma en 1971 y fue toda una aventura, porque el padre Maciel hizo todo lo posible para que no me fuera. Trató de recluirme en una clínica mental. Me dijo que no podía darme el permiso para regresar a Guadalajara y que si me iba así sería un religioso fugitivo e iba a quedar excomulgado. Le dije que me valía, pero que si me iba como fugitivo tendría que explicarle al cardenal de Guadalajara por qué había procedido de ese modo. Y eso no le convenía. Finalmente me dejó salir de Roma, pero nunca envió las cartas necesarias para que yo pudiera incorporarme al clero secular.

¿Su familia no supo nada?
Nunca les dije porque tenía miedo de su reacción. Creo que hice mal, porque se sintieron dolidos, desconcertados por mi salida. Me faltó valor o inteligencia para plantear las cosas y confiar en que mis familiares me iban a comprender. Cuando salió todo en 1997 hablé con algunos de mis hermanos, les dije que había sido uno de los que pasaron por esas cosas y como que comprendieron más mi actitud.

¿Qué pensó cuando comenzaron a destaparse las cosas?
Dije: “Qué bueno que por fin salió”. Pensé que cuando tuviera oportunidad de contar mi caso lo haría, pero no sabía dónde estaban los promotores ni cómo contactarlos, aunque tampoco puse mucho empeño por encontrarlos. Quise ver qué iba a pasar con la denuncia, porque yo ya había denunciado los hechos en Roma en 1973, cuando dejé el sacerdocio. El padre que tomó mi caso me pidió que le pusiera mi historia por escrito, pero que no le pusiera mi nombre al documento porque si Maciel se enteraba era capaz de mandarme matar. Dejé mi testimonio pero no pasó nada. Cuando salió el grupo del 97 dudé que tuviera un impacto: si yo, que lo había denunciado ante una autoridad del Vaticano, no había logrado nada, menos iban a poder hacer algo ellos desde acá.

¿Nunca consideró interponer una denuncia penal?
No, porque se nos había metido la fidelidad al Papa y a la Iglesia. Se nos había enseñado que ésta siempre es perseguida por sus enemigos, que todos quieren destruirla. Ir a acusar frente a un juzgado una cosa como ésta era como una traición. Por otra parte, había temor de no ser creídos, de ser más bien acusados, como de hecho lo fueron todos los que salieron en la primera tanda: los tacharon de difamadores y resentidos porque no les dieron puestos de gobierno en la Legión. Una vez que en el Vaticano confirman que todo es cierto, hacen una jugada política: el Papa seguramente llama a Maciel y le dice que renuncie al puesto de director general, para que la condena no caiga sobre la Legión, sino sobre él. Pero los Legionarios son tan torpes que todavía lo quieren defender y siguen culpando a los que lo acusaron. Hasta que aparece lo de la mujer y los hijos. Entonces reconocen eso queriendo tapar un poco la cuestión de la pederastia: si tenía mujeres, ¿qué necesidad iba a tener de andar de pederasta?

Se habla de un presunto encubrimiento de Juan Pablo II, ¿cree que existió realmente?
Da la impresión de que el Papa era muy tolerante y suave para tratar los casos de pedofilia. Porque no sólo fue el padre Maciel, sino que hubo varios casos de padres, obispos, cardenales, que fueron pasados por alto. Por otra parte, él era responsable de investigar la vida de una persona que le era tan cercana y a la que apoyaba como hacía con Maciel. Y si había ruido, es que el río llevaba piedras. ¿Por qué no hacer nada, por qué no investigar? Tanto si no sabía como si sí, el Papa tuvo mucha responsabilidad.

¿Cómo hacía Maciel para manipular a tanta gente?
La fe cristiana aceptada radicalmente se presta muchísimo para manipular. De modo que si yo conozco los argumentos de fe para mover tus sentimientos, para lograr de ti una entrega a algo, lo que sea, puedo hacer que hagas lo que yo quiera. La fe se puede explotar para lo que tú quieras. Y si eres una persona perversa, ahí están los resultados.

¿Cómo ve las declaraciones de Sandoval Iñiguez, en las que afirma ahora que Maciel era un enfermo mental?
Juan Sandoval Iñiguez es un tipo acomodaticio, que se hace del lado que conviene. No es un hombre que actúe por principios de fe, de honestidad, de verdad. Él simplemente ve para dónde va el viento y para allá se va. Ahora que favorece decir cosas en contra de Maciel, él se suma. Pero en la carta que escribí le conté todo abiertamente y no le importó. A lo mejor tenía compromisos con el padre Maciel, porque él tenía tentáculos en todos lados, y ponerse en enemistad con él a lo mejor le costaba el papado.

¿No lo considera como el indicado para fungir como comisario de la Legión en México?
En el sentido espiritual, pastoral y humano, no. Sólo asumiría una postura política que le diera imagen delante de la gente y hasta ahí. Si hubiera que declarar o denunciar algo que fuera contra su imagen, no lo haría. Al menos es lo que creo, viendo su reacción a mi carta y lo que dice ahora.

10 comentarios en “Una mirada a Marcial Maciel

  1. Hace un tiempo en un programa de tv en Chile vi la historia de los abusos de Maciel y cuan grande fue mi sorpresa de saber que alguien que lleva mi apellido allá en México había sido abusado. Que dolor causa saber que gente a la que se entrega muchachos inocentes para que los eduquen terminen cometiendo estas barbaridades. Creo que hay pocas cosas que no se pueden perdonar, una de estas es el abuso sexual hacia un menor de edad, francamente, siendo poco cristiana, creo que merecen la muerte. Mi » pariente » es muy generoso o demasiado buen cristiano para perdonar algo que te marca de por vida. Un saludo desde Chile a Don Francisco González Parga

  2. Debe ser horrible vivir algo así.
    Y es sin duda CRIMINAL enterarse de algo así y no denunciarlo.

    Ya no se puede hacer nada por que el tipo este pague todo lo malo que hizo… pero lo que sí podemos hacer es evitar que suceda de nuevo, brindando una buena educación sexual a nuestros hijos desde muy temprana edad, para que sepan que hay cosas que no pueden permitírsele a NADIE.

    Saludos.

    1. Algún día entenderán que la educación —y no solamente la escolar— es la solución a todos nuestros males… algún día.

      Salud,

      TV

  3. Es dificil vivir con normalidad despues de tener esas experiencias, sobre todo viniendo de alguien con una personalidad tan alta dentro de la Iglesia; Pero afortunadamente se tiene la oracion, y en el PADRE NUESRTRO…. encontrara el salmo que alivie ese dolor y sobre todo el perdon., siempre y cuando se rese con la devocion que se requiere.
    En cuanto a la accion en si, es una aberracion que debe de castigar y sobre todo indemnizar la iglesia por conducto de los jerarcas.

    1. No es la primera vez que recibimos un comentario similar. Veremos la forma de solucionarlo.
      De cualquier manera, gracias por la visita y por comentar.

      Saludos.

      TV

      1. Gracias por la recomendación. Y por la visita. Y por el comentario.

        Salud.

        TV

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